Sólo le pido a Dios, que la guerra no me sea indiferente es un monstruo grande y pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente
León Gieco.
Hace un año de aquella noche de miércoles. Miércoles fue el 23 de febrero de 2022 cuando los altos mandos rusos decretaron que habría guerra en Ucrania. Lo hicieron en defensa de la paz, invadieron sin querer invadir y para desmilitarizar el país lo llenaron de ejércitos y pertrechos militares.
Como si a falta de contenido, bueno fuera el cinismo, el presidente Putin afirmaba: “no vamos a imponer nada a nadie por la fuerza”. Hoy se habla de 240.000 muertos. Todos murieron voluntariamente.
El 31 de diciembre los cohetes ucranianos cayeron sobre una escuela.
No había alumnos, había un batallón de jovencitos rusos a los que sin permiso se los enroló en el ejército aunque no habían elegido ser soldados. Desde Rusia lamentan apenas 65 muertos. Desde Ucrania festejan 300. Cálculos mediadores hablan de 200 como si en el número algo de esta atrocidad se redimiera.
“-Fue un acto de negligencia criminal”, dijeron los altos mandos. “-Al fin alguien habla con sensatez”. Volví a equivocarme. Llamaban “negligencia criminal” al haber utilizado teléfonos celulares lo que permitió su ubicación. Que estuvieran allí apiñados como carne de cañón u obligados a matar, no es producto de una decisión “criminal” según estos absurdos razonamientos sin la más mínima razón.
Fue una nochevieja a la que le robaron el año nuevo.
Imaginé a jovencitos de 18 o 20 años sin vocación de armas, más muertos de miedo que de frío, y me pregunté qué dirían esos mensajes que nunca llegaron, o las respuestas que nunca recibieron. Estoy seguro que no me equivoco si pienso en un saludo, una confesión de amor, una expresión de deseo, una esperanza de volver, una vida antes de la muerte.
Y en su lógica demencial los altos mandos tienen razón, el amor, la esperanza, la vida son enemigos irreconciliables de la guerra. No le dan tregua. No le admiten justificativo. La desarman.
La guerra fabrica héroes que se alimentan de pasados miserables con ropajes de gloria. Es la continuación de fracasados caminos de convivencia, es noticia sin ninguna novedad, vino viejo en odres viejos.
La paz necesita de la verdad que nos hace libres, del amor al prójimo como a uno mismo que es una inmensa oportunidad antes que un mandamiento, de la búsqueda de justicia que es su hermana gemela. ¿Es imposible? ¿Un sueño sin raíces? ¿Un nunca visto que tiene vedada toda posibilidad porque así ha sido “desde que el mundo es mundo”? Con todo tiene más chances que la paz prometida por la guerra. A las pruebas de la historia me remito.
Bienaventurados nosotros cuando lleguemos a contarnos entre los ilusos hacedores de paz, entre los enemigos irreconciliables de toda violencia, entre los voluntarios desarmadores de toda su artillería de mentiras ciertas y verdades mentirosas, entre quienes siembran en paz y esperan recoger como fruto la justicia.
Anunciamos el Reino de Dios que no hemos visto pero que sabemos cierto. Afirmamos que vale lo bueno por conocer mucho más que lo malo conocido.
Por Oscar Geymonat. – Publicado en ESTE Periódico Valdense, edición del mes de febrero de 2023.
- Foto: ‘Muchacha ofreciendo una flor a los soldados’ de Marc Riboud (1967) fue la imagen más difundida del movimiento mundial de oposición al belicismo.